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A punto de iniciar el último ensayo de campo y alentado por los resultados parciales de su estudio se encuentra el equipo de investigadores, que busca lograr plantas agrícolas con mayor resistencia al déficit hídrico y mejor productividad.
“Plataforma biotecnológica para la generación de tolerancia al déficit hídrico en plantas de importancia agrícola”, se denomina el proyecto del Fondo de Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondef). La iniciativa es dirigida por el profesor Simón Ruiz, y participan diversas instituciones en forma asociada.
Planta modelo
A casi tres años se iniciarse, los resultados obtenidos son “espectaculares”, según su investigador responsable, quien explicó que el proyecto se enfoca en el maíz, porque ésta es una planta modelo de estudio científico, en razón de ser evolutivamente más joven que otras, y porque se conoce su genoma. Además, es muy resistente al déficit hídrico.
“Eso es importante, porque cada año se va reduciendo el agua dulce para la agricultura debido al cambio climático. Por otro lado, hay una pérdida de terrenos agrícolas que tienen disponibilidad de agua por el aumento demográfico: se van reemplazando suelos agrícolas por viviendas y quedan las zonas con más problemas, con suelos pobres y déficit de agua. En algunos países, el déficit hídrico está provocando catástrofes enormes, porque no hay alimentación para las personas y los animales”, comentó.
Rendimiento
Ante este escenario, el equipo de investigación se propuso contribuir, tratando de lograr plantas capaces de tener un uso de agua eficiente, lo que significa obtener rendimientos similares a las plantas no sometidas a déficits hídricos.
“Por eso, desde aproximadamente 15 años estamos tratando de identificar, aislar y caracterizar genes de plantas, las que —en forma natural y silvestre— son capaces de soportar condiciones de alto déficit hídrico. Encontramos una planta de tomate silvestre capaz de crecer a tres mil metros de altura en el desierto. A partir de esta planta, aislamos genes que le confieren tolerancia al déficit hídrico para llevarlos a plantas de importancia comercial”, explicó.
De ese modo, decidieron trabajar en una construcción genética aprovechando esos genes, que solo se activan en condiciones de falta de agua y lo probaron en maíz. Según los protocolos existentes, se solicitaron al SAG las autorizaciones para realizar los ensayos de campo.
Resultados
“Los resultados que se procesaron recientemente indican que las construcciones genéticas, son capaces de conferir a las plantas un grado de tolerancia al estrés hídrico y a deficiencias en el uso de agua, que hacen que las plantas mantengan un rendimiento de un 85 por ciento. Esto respecto de las que crecen en condiciones de riego normal y logren una producción superior al 50 por ciento a plantas no transformadas, bajo igual condición de régimen hídrico. Estos resultados se consideran espectaculares”, afirmó.
Estudios
No obstante, el profesor Ruiz observó que es necesario repetir los ensayos en la nueva temporada que se inicia en octubre y termina en abril, de tal forma de ratificarlos definitivamente.
Comentó que se desarrolla también un conjunto de estudios complementarios, como tamaño de las plantas y potenciales efectos nocivos en éstas y en el medio ambiente.
“Hasta aquí las plantas se han comportado de la misma forma que las no transformadas respecto de su estructura, y también en relación al impacto en el medio ambiente. Por lo tanto, aparentemente los genes puestos en ellas, solo contribuyen a que su productividad sea mayor y sientan menos el estrés de estar bajo condiciones de deficiencia de agua”, dijo.
Esto tiene implicancias muy importantes: permitiría realizar cultivos en zonas en las cuales geográficamente no es posible hacerlo, mejorar nivel de producción y beneficiar a familias, generalmente pobres. Además de contribuir a asegurar la alimentación del mañana”, agregó.
Oportunidad
La idea de Ruiz es que las construcciones genéticas puedan ser patentadas. Considera ideal que alguna empresa nacional haga el licenciamiento de la patentes y que se utilicen en todas las plantas de importancia agrícola.
“Esperamos que el empresariado vea que aquí hay una oportunidad realmente importante para asegurar la alimentación del futuro, dar mejores condiciones económicas a zonas agrícolas más pobres y hacer emerger desde Chile un aporte biotecnológico importante para el mundo entero”, expresó.
El proyecto con una inversión de 750 millones de pesos, tiene una duración de cuatro años. Como coinvestigador participa el profesor Enrique González, director del Instituto de Ciencias Biológicas, y en una primera etapa estuvo José Casaretto, quien ahora reside en Canadá. Se suman asistentes de investigación y profesionales.
Además, son socios en la iniciativa Fermelo S. A., empresa comercializadora y desarrolladora de productos biotecnológicos; Inversiones y Asesoría Olivares y Melossi LTDA; Invest Maule S.A; nuestra Universidad, y Fondef, que aporta casi 500 millones de pesos.
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