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Mientras el país debate sobre la producción y consumo de alimentos transgénicos, la Universidad de Talca da pasos para generar construcciones genéticas que permitan producir plantas de importancia agrícola, tolerantes al déficit hídrico.
La UTALCA prepara así respuestas científico-tecnológicas a necesidades que no sólo tienen que ver con soluciones al hambre en el mundo, sino también con nuevas condiciones a partir del cambio climático.
En esa dirección, científicos del grupo Genómica Funcional, perteneciente al Instituto de Biología Vegetal y Biotecnología de nuestra Casa de Estudios, trabaja en la generación de tecnología de punta en ingeniería genética, para el desarrollo de una plataforma biotecnológica que permita la producción de plantas, como el maíz, cultivo modelo de esta investigación.
Ellos tienen a su cargo un proyecto del Fondo de Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDEF), en vectores genéticos, que se inició a comienzos de 2010 y que está a cargo del grupo, cuyos investigadores principales son Simón Ruiz, Enrique González y José Casaretto,
“Vectores genéticos son fragmentos de ADN que permiten llevar genes que tengan capacidad de expresarse en los momentos en que la planta está en condición de sequía”, explica Simón Ruiz, director del proyecto.
La investigación tiene una duración de cinco años de duración y sus avances en la etapa inicial fueron evaluados por el FONDEF el martes 5 de abril.
Según Ruiz, “la idea es que podamos adelantarnos y aprovechar las zonas que tienen escasez de agua o suelos degradados, con poca capacidad de mantener plantas de cultivos en buenas condiciones”.
El académico afirma que la tecnología genética puede tener un impacto social y económico positivo en las comunidades deprimidas, “porque les ofrece la posibilidad de desarrollar una actividad económica que les permita vivir de manera digna”.
“Podemos empezar a superar las barreras geográficas respecto de zonas que actualmente no pueden ser utilizadas para cultivos. El cambio climático nos obliga a estar preparados para condiciones diferentes a las que estamos acostumbrados y a tener material vegetal que sea capaz de ser cultivado bajo nuevas condiciones de clima en el país y en el planeta en general”, argumenta.
El investigador sostiene que el país puede aceptar o rechazar la producción y comercialización de plantas transgénicas, pero se puede vender la tecnología para cultivarlas en cualquier parte del mundo.
Además, recuerda que en Chile se cultiva maíz transgénico para semilla destinada a exportación.
Otra cosa también son los productos derivados de una planta transgénica, como medicamentos de amplio uso. “La transgenosis va mucho más allá de la producción de alimentos.
Por ejemplo, la insulina que se inyectan los diabéticos es un producto de transgénicos, al igual que la hormona del crecimiento que se usa en los laboratorios de los hospitales, como la Taxol, que se emplea en el tratamiento del cáncer”, observa.
En ese sentido el profesor Ruiz advierte que las posibilidades son muy amplias. Pero, como toda herramienta, la ingeniería genética tiene sus riesgos, en cuanto a que también puede hacerse mal uso de ella.
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