La familia: primera fuente de seguridad

25 Mayo 2015

Un hombre cubierto con algodón de azúcar se acerca tranquilamente a los niños que se divierten en un parque. Debido a lo atractivo que resulta obtener dulce gratis, los pequeños no dudan en desprender por completo el “traje” del hombre.

Una vez terminada la dulzura que envuelve al sujeto, éste comienza a repartir un inquietante mensaje a cada uno de los padres presentes: “Así de fácil es para un pedófilo atraer a un niño. Estemos alerta”.

Estas escenas corresponden a la campaña “dulce truco” realizada por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), que buscaba dejar en evidencia los riesgos a que se pueden ver expuestos los menores.

La iniciativa abrió el debate en las redes sociales, en las cuales muchos se preguntaban cómo hablar de seguridad y de los peligros de distinta índole que pueden enfrentar sus hijos, sin que ello signifique que crezcan como personas inseguras y desconfiadas.

El tema fue analizado por la académica de la Facultad de Psicología de la Universidad de Talca, Rosario Spencer, quien explicó que los conceptos de seguridad y protección se comienzan a transmitir al niño desde que son muy pequeños, principalmente, a través de los cuidados ofrecidos por los adultos con los cuales mantienen una relación cercana.

“El modo en que este cuidador se activa frente a posibles peligros o riesgos a los que se ve enfrentado el niño transmite a éste el mensaje de que habría algunos estímulos del ambiente que evitar -por ejemplo, no meter los dedos en el enchufe, no tomar un cuchillo, etcétera-. En este sentido, el adulto significativo es un modelo que ayuda al niño a discriminar entre los estímulos del ambiente, dándole información respecto de aquellos que son inofensivos, como de los que no lo son”, agregó.

SEÑALES

La profesional agregó que en este proceso “de aprendizaje” es clave la forma en que los adultos reaccionan a las “señales” que emiten los menores y que dan cuenta de la forma en cómo perciben su entorno.

“Por ejemplo, al año de edad, cuando el niño distingue entre personas familiares y extrañas, al encontrarse frente a alguien que no conoce acudirá a sus cuidadores. Si ellos lo acogen y le presentan a la persona invitándolo a interactuar con él, el niño progresivamente dejaría de sentirse en peligro y restablecería su sensación de seguridad, aprendiendo que la persona extraña no es una amenaza ya que su cuidador así se lo hizo saber, ayudándolo a regular su emoción inicial y a comprender la situación en la que se encontraba”, graficó.

“Distinto sería que en un caso similar el cuidador en vez de acoger el susto del menor, lo obligue a interactuar con el extraño, a darle un beso o que incluso lo rete porque no cumple con sus expectativas. En este último ejemplo, el adulto no está ayudando al niño a regular y comprender su emoción de miedo, y menos a asociarla a una respuesta adaptativa. Por el contrario, lo que el niño estaría recibiendo es el mensaje de que no importa que tenga susto, que debe acercarse a los extraños aún cuando desconfíe de ellos”, profundizó.

En este último caso, agregó Spencer, el no validar las emociones de peligro del pequeño y no ayudarlo a retomar la seguridad, “es un factor de riesgo para que tenga dificultades al momento de discriminar qué estímulos suponen una amenaza y cuáles no, de cuáles se debe cuidar y alejar, y cuáles son confiables”.

AUTOCUIDADO

La académica de la UTALCA añadió que en la medida en que el niño experimenta el ser cuidado, podrá ir interiorizando el modo de cuidar y hacerse cargo de otros y de sí mismo. “La idea es ir preparándolos para cuando deben enfrentar contextos y situaciones en los que no estará su cuidador con él”, acotó.

“Un preescolar a quien le han enseñado que debe mirar a ambos lados antes de atravesar la calle, que si viene un auto no debe cruzar, y que tiene cuidadores con un comportamiento consecuente con estas instrucciones, cuando esté sólo tiene más probabilidades de seguir estas consigas de seguridad, que otro a quien no se le explicó ni enseñó las consecuencias que podría tener para él el descuido”, indicó.

Rosario Spencer dijo que para aumentar la posibilidad de que el mensaje quede grabado, es necesario explicar en un lenguaje apropiado para el niño y a través de una explicación concreta por qué algo es peligroso y cuáles son las consecuencias.

“Bombardear con información compleja y difícil de comprender sólo puede llevarlo a sentirse más angustiado y estresado. Por ejemplo, cuando fue el terremoto de 2010, después de ver las noticias en televisión hubo niños que estaban asustados porque podía haber un tsunami en Talca. En esos casos, lo más simple era explicar que los tsunamis sólo ocurren en lugares con mar, y que Talca no tiene mar, sin necesidad de entrar en mayores detalles, sobre todo con los más pequeños”, expresó.

DIÁLOGO

La psicóloga de la UTALCA añadió que, en la medida que los hijos van creciendo, el establecimiento de una comunicación fluida es clave para potenciar los factores protectores relacionados con la seguridad.

“Una vez que los niños empiezan a moverse en contextos fuera de la familia -jardín infantil, colegio, casas de amigos, etc-, es sumamente importante la comunicación que existe con sus cuidadores, ya que deben sentir y tener la certeza de que le creen y lo protegen, sino, no acudirán a ellos en caso de necesitarlo”, manifestó.

Por lo anterior, Spencer recomendó estar atentos a cambios en el comportamiento habitual de los menores.

“Frente a ello lo que habría que considerar es qué está ocurriendo en el contexto del niño que, por ejemplo, ya no quiere ir al jardín. Preguntarle -sin interrogarlo o acusarlo- e ir de a poco obteniendo información. Lo importante es que el niño se sienta con la confianza como para decir lo que ocurre sin sentirse juzgado por los padres”, aconsejó.

“Podría ocurrir que un compañero le pega ¿qué hacer entonces? Podrían decirle al niño que se defienda, que le diga a la educadora, que acuse al otro, serían distintas estrategias, pero no se puede dejar el asunto en manos del menor, ya que su seguridad y bienestar depende de los adultos que lo cuidan”, indicó.

“A través de este ejemplo quiero subrayar el que los niños al sentir una amenaza o un peligro idealmente podrían recurrir a sus padres hablando sobre el problema, pero que lo más probable es que la angustia, la ansiedad y el temor los lleve a mostrar cambios de conducta y es aquí, nuevamente, el adulto el que tiene la responsabilidad de comprender qué ocurre e implementar un modo de dar seguridad al niño, a través de la resolución del problema”, aclaró.

FAMILIA “SEGURA”

Rosario Spencer agregó que los niveles de responsabilidad individual del menor respecto a su propio cuidado irán variando en la medida en que va creciendo y logrando nuevos niveles de autonomía, pero sin perder de vista que en todo momento, los responsables de la seguridad de los niños y adolescentes son los adultos que se encuentran a su alrededor.

“De este modo, una familia segura es aquella que cuida de sus miembros, que sirve como refugio cuando se sienten en peligro, pero que los ayuda a superar ese miedo para salir y lograr autonomía y el desarrollo de estrategias que permitan sentirse seguro en contextos no familiares”, apuntó.

“Crecer en un contexto familiar que favorece la contención emocional, la comprensión del medio y la validación de las vivencias del niño, otorga una base para una comunicación efectiva al interior de la familia, factor protector en el cuidado de los niños”, subrayó.

Compartir
keyboard_arrow_up